ADIÓS A LA BELLA ITALIA. Por Leandro Arellano R.*

También son agradables las cosas de acá abajo; tienen su dulzura que no es pequeña. Así opinaba San Agustín a propósito de varias amenidades terrenales.

     Si fue anunciado en Facebook por la misma empresa, nos enteramos muy tarde. Nosotros tuvimos conocimiento del infortunio cuando –al despuntar enero- el antojo nos arrastró a la heladería. Una corazonada nos sacudió sin remedio. Las anchas cortinas de metal permanecían selladas con candados, sin ningún aviso o placa que lo anunciara. Para efectos prácticos La Bella Italia cerró sus puertas el 5 de enero.

     Una nota informativa de El Universal da cuenta del acontecimiento sólo hasta el 16 del mismo mes. La nota advierte y repite que no se trata de un cierre definitivo, sino sólo de un traslado, de la búsqueda de una nueva sede en otro rumbo de la Ciudad.

     La nota revela también que la heladería fue inaugurada en 1922 y permaneció por décadas en su domicilio de la calle Orizaba, casi esquina con Álvaro obregón, en la Colonia Roma. Tal vez ese privilegio explica la causa indirecta y remota de la clausura.

     ¿Adónde puede ir mejor que a la Roma? Se trata de una de las colonias –repartos, barrios, distritos, urbanizaciones, como las llaman en otras naciones- con mayor tradición y carácter en la capital del país. Si en alguna época padeció y vino a menos, en la actualidad se ha puesto de moda nuevamente y atraviesa por un florecimiento notable. En años recientes la hemos visto renovarse y en los días que corren es incesante el establecimiento e instalación de una pléyade de empresas novedosas, de oficinas, de centros de negocios y muchos otros. Papelerías familiares, sastrerías anacrónicas, fondas rezagadas, pequeñas misceláneas o abarroterías han ido cediendo sus espacios a grandes consorcios como Office Depot, Oxxo, Seven Eleven; así como a casonas centenarias transformadas en hotelitos de avanzada, pero sobre todo a locales para restaurantes, bares y cafés.

     La Roma es uno de los espacios –cada vez hay menos- en la Ciudad de México donde todavía es posible vivir la cotidianidad a pie y prescindir del automóvil por completo. De manera que, por arriba de otros rumbos pomposos o rimbombantes de la ciudad, los jóvenes Millenials y cualquier cantidad de extranjeros han optado por establecerse allí.

     La presión sobre la demanda de vivienda ha tenido varios efectos, como consecuencia. Entre otros, encareciendo el mercado ostensiblemente. Una amiga con vasto conocimiento y experiencia, personalidad reconocida en el rumbo y propietaria de un pequeño negocio a pocos metros de la heladería, nos confió que habrían pedido una cantidad exagerada de aumento en la renta mensual a los propietarios de La Bella Italia. Desde luego, no sería el único caso, es la tendencia en general.

     La Bella Italia mantenía sus reales en Orizaba, una de las calles más hermosas de la Roma. Su ubicación era envidiable, casi equidistante de las plazas Río de Janeiro y Luis Cabrera. Un tramo de esa vía es transitado diariamente por docenas de Turibuses repletos y es paseo jubiloso de viandantes. En los contornos se han asentado algunos de los mejores restaurantes de la ciudad, así como ciertos bares que compiten sin desventaja a nivel mundial, me aseguran expertos en cocteles y otras bebidas. 

     Volvamos al principio. Además de El Universal, reportaron el hecho otros medios, como Milenio y la revista Chilango. Cada uno a su modo, coinciden sin embargo en el tono nostálgico –la partida o desaparición de algo querido abate con pesadumbre inevitable- y en el contenido.  “Buscan renovarse en otro espacio de la metrópoli”, señala El Universal.

     El origen del helado es incierto pero la asociación de Italia con su invención es permanente. La historia coincide en que, en la forma actual, su creación tuvo lugar en el siglo diecisiete. La Bella Italia habría sido establecida por emigrantes italianos en 1922, quienes luego la administraron durante tres generaciones, ofreciendo helados de calidad poco alcanzada.

     Los helados de La Bella Italia poseían “la condición de las cosas perfectas y acabadas en su género que siempre deleitan”, para decirlo con palabras de Fray Luis de Granada.

     La heladería ha corrido con suerte en la literatura. La referencia más evidente parece ser la de José Emilio Pacheco. Carlitos, el personaje principal de esa novelita canónica, Las batallas en el desierto, en el capítulo final, invita a un ex compañero de escuela (Rosales) a tomar un helado en La Bella Italia.

     En circunstancias normales el cierre de una heladería es irrelevante. Pero así como un afán civilizatorio en el ser humano lo conmina a preservar ciertos valores, instituciones u objetos materiales, existen también algunas empresas, actividades u otras nimiedades que se tornan pretextos –adonde voltean individuos, grupos sociales y ciudades-,   para el desahogo existencial.

     Más de veinte años han transcurrido de nuestro arribo a la Roma. Sebastián -mi nieto mayor, de 9 años- atesora el recuerdo dichoso de la tarde soleada cuando consumió su primer barquillo en La Bella Italia. Desde entonces, en cada una de sus visitas a la CDMX, el paso por la venturosa heladería era habitual.

¿Adónde recurrir ahora? La preservación de la especie humana camina de nuestra mano.

                         

*Leandro Arellano diplomático y escritor mexicano/CDMX, febrero de 2020

 

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