MORRICONE: CON LA MÚSICA A OTRA PARTE. Por Leandro Arellano*

       El hombre se ha ido con la música a otra parte. Se ha marchado con los muchos, como solían decir los antiguos. Se enturbió el resplandor del cielo que alumbraba. Con él concluye una era y se impone –hora de ocaso- un minuto de silencio. Hereda a la humanidad un caudal inagotable, caudal elocuente en todas las lenguas.

    Si el estilo es el hombre, en pocos como en él se recrea el proverbio. En su cielo el artista continuará batiendo sus notas inauditas y acá abajo lo escucharemos con gratitud y dicha, y con una sensación de eternidad presente.

      Su obra acompañó a varias generaciones. A la nuestra desde la adolescencia. Las bandas sonoras que le dieron renombre y fama universal, las que creó para los westerns de los Sergios -Leone y Corbucci- se han transformado en música de culto. El estilo insólito del compositor transitó luego por la vida sumando adeptos. Basta escuchar una pizca de su obra.

      El bueno el malo y el feo, Érase una vez en el Oeste, El gran silencio, Por unos pocos dólares más, Por un puñado de dólares, son símbolos que compartimos los devotos del cine y los amantes de la música. Érase una vez en América, La misión, Cinema Paradiso, Los intocables y otras piezas surgieron en años posteriores pero, igual, forman parte del mismo patrimonio.

   “Radio 590, La pantera de la juventud” presentaba lo más popular del rock y del pop internacionales al mediar la década de los sesenta el siglo pasado, en una bulliciosa Ciudad de México. La metrópoli y sus suburbios gozaban del privilegio de sintonizarla naturalmente, magnificándose la dicha de quienes remontábamos dificultades para acceder a ella desde lugares más remotos.

       La audiencia amante del rock de aquella radioemisora –anónima y vasta- resistía con estoicismo el material ajeno, la mezcla incauta y abundante que introducían los programadores: piezas, rolas y canciones ajenas al espíritu y a la vocación central de la estación radial que nos convocaba. Una de aquellas desviaciones fue El bueno, el malo y el feo -que incluían asiduamente los programadores- en la versión de la orquesta de Hugo Montenegro.

      La realidad se impone a la lógica: se trataba de música novedosa, insólita, sin paralelo. Ese fenómeno determinó que la música de Morricone, distinta del rock para todo efecto, nos alcanzara antes que la filmografía a la que daba marco. La significación y el valor de esa pieza -y de la banda sonora de la película- se perpetuó en nuestra afición por otras vías y en otras circunstancias.

     Cada una en su género, las bandas sonoras –de películas y series de televisión- mantienen aficionados y devotos en todas partes, siendo más de cuatrocientas las que grabó su autor, informa Wikipedia. Nos consta que el compositor se mantuvo activo hasta las postrimerías de su larga vida. Todavía en años recientes, bien cumplidos los ochenta, creó el marco musical de Bastardos sin gloria. Con una gira por varias ciudades se retiró el año pasado, a los 90 de edad.

      Hace poco le concedieron el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2020. El volumen de CDs que abarca su obra –lo comprobamos en fecha reciente- supera con ventaja el espacio físico –para medirlo en volumen material- que ocupan en estanterías de tiendas no pocos compositores, músicos y cantantes populares o clásicos.

    El giro de sus notas fue siempre peculiar, un modo que conmueve hasta al oído menos consecuente. Obras sinfónicas y corales fueron sus piezas mayores. En su no buscada originalidad Morricone hizo confluir sonidos desusados -el silbido y otros chasquidos de la boca- con el de instrumentos seculares, así como la incorporación de sonidos un tanto desusados –para el gran comercio-, como la armónica y la flauta andina.

       Otra cualidad admirable del compositor fue su recurrencia a las sopranos en temas centrales de sus filmes. El éxtasis del oro en la voz de la Susanna Rigacci, representaría el modelo emblemático.

     No cabe imaginar las películas de Leone sin el prodigioso marco musical que les infunde Morricone. Además de alumbrar el dramatismo de la escena, “El duelo”, episodio final de El Bueno, el malo y el feo, resulta desalmado, seco y brutal sin la atmósfera que le abonan el ritmo y la melodía del compositor italiano. ¿No es cierto que una vez que Clint Eastwood dispara sobre el Malo –Lee van Cleef- el entorno vuelve a la sordidez y la rudeza del mundo real, a la vulgaridad de la violencia y de la muerte?

      Morricone gobernaba su magisterio con seguridad y sencillez. No le importaba compartir y tomar de lo ya hecho. Amapola, la tonada que acompaña las apariciones de Débora –Elizabeth McGovern- en Érase una vez en América y seguramente la pieza más contagiosa de la cinta, es el gran ejemplo. ¿De dónde provenía? Fue creación de José María La Calle, un compositor español asentado desde su juventud en Estados Unidos. En México la popularizó Hugo Avendaño, cuando mediaba el siglo veinte.

     También nosotros seguimos la trayectoria del compositor. Desde las horas infinitas de la adolescencia en provincia, hasta el fragor de las jornadas del presente. Una tarde fresca y lluviosa de otoño, hace unos años, asistimos a uno de sus conciertos en Seúl, la capital coreana. Refrescante experiencia observar al virtuoso creador de música de westerns, ser ovacionado una vez y otra en aquella populosa urbe de Asia oriental. Austero y grave el compositor agradecía al auditorio conmovido los repetidos aplausos con leves inclinaciones de cabeza y se retiraba luego para confundirse con los músicos y el coro.

      El western y el thriller, géneros épicos animosos, sobreviven bajo la tempestad de los nuevos hábitos sociales y las tecnologías digitales, sometidos a mudanzas y combinaciones. La obra de Morricone transformó el tono épico de la cinematografía.

      ¿A título de qué incurrió Morricone en territorio americano? ”El cinematógrafo ha difundido en el mundo entero el mito del cowboy; “curiosamente Italia y Japón se han dedicado a producir películas del Oeste, del todo ajenas a su historia y a su cultura”, escribió Jorge Luis Borges. Esa afirmación es acaso una muestra -no menor- de que en arte y en cultura todo es de todos.

 

 LA – CDMX, julio de 2020  

 

[1] El autor del presente artículo es diplomático y escritor mexicano.

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